Aunque en el césped demostrara ser un delantero muy técnico, lo cierto es que José Altafini siempre fue un tipo duro. Prefirió escribir su propia historia a vivir bajo el paraguas de Pelé, Garrincha, Vavá y el resto de compatriotas de la misma generación que terminaron levantando tres mundiales. Altafini se conformó con uno solo, el de Suecia, porque consideraba que tenía calidad suficiente como para no tener que estar a la sombra de nadie en la canarinha. En Brasil, de hecho, pocos recuerdan quién es Altafini. Todo el mundo le conoce como Mazzola por su parecido físico con el capitán del Torino.
Todo empezó en 1956, cuando fichó por el Palmeiras con dieciocho años. El fútbol brasileño era entonces como la Disneylandia de este deporte. En el Fluminense jugaba Didí, el Botafogo contaba con Garrincha, Vavá despuntaba en el Vasco de Gama y el Santos tenía a la estrella alrededor de la cual giraban el resto de astros brasileños, Pelé. El Palmeiras necesitaba a su referente en ataque, y lo encontró en la figura de Altafini, que aprovechó el escaparate del club para asegurarse, dos años más tarde, una plaza entre los veintidós elegidos por el seleccionador, Vicente Feola, que levantarían la primera Copa del Mundo verdeamarelha en Suecia. La competencia por un puesto en el once titular, especialmente para los atacantes, era feroz. Altafini sólo dispuso de minutos en la fase de grupos contra Austria e Inglaterra, y en los cuartos de final frente a Gales. Metió dos goles.
Después de perderse los dos 5 a 2 que los brasileños les endosaron a Francia en las semifinales y a Suecia en la final, Altafini se dijo a si mismo que había nacido para ser titular. Si no podía ser en Brasil, lo sería en otra parte. Y aceptó una oferta que llegaba desde el país de sus padres. Su próximo destino sería el Milan, un equipo tradicionalmente potente pero que todavía necesitaba algo más para convertirse en un grande del calcio.
Altafini resultó ser una de las piezas que le faltaba al Milan, que a principios de los sesenta intentaba regenerarse después de los gloriosos cincuenta con los suecos Nils Liedholm, Gunnar Gren y Gunnar Nordahl, y que ya disponía de pilares de peso como el portero Lorenzo Buffon, tío del actual guardameta de la Juventus Gianluigi, Cesare Maldini, padre de Paolo, o el uruguayo Juan Alberto Schiaffino. No hay duda que el Milan supo reconstuirse, pero se vio favorecido por dos decisiones que marcarían su futuro más inmediato. La primera fue la destitución del técnico Paolo Todeschini después de perder dos scudetti frente a la Juventus y otorgarle la dirección técnica del equipo al entrenador asistente, Nereo Rocco. La segunda, la incorporación en 1962 de un chico de sólo diecinueve años del filial, al que había llegado desde su Alessandria natal dos años antes. Era Gianni Rivera.
Rocco ganó el campeonato en su primera temporada con Altafini convertido en capocannoniere de la Serie A después de transformar 22 goles. En la segunda, el técnico y sus futbolistas convirtieron al Milan en el primer equipo italiano en levantar la Copa de Europa. Altafini, además, estableció registros goleadores que no se batieron hasta que llegó el mejor Leo Messi. Hasta 2012 ostentó el récord de goles en una sola edición de la máxima competición continental con 14. Aquella misma temporada, también metió cinco goles en un solo partido europeo en el 8 a 0 que los rossoneri le endosaron al Union Luxembourg. Esta marca ha sido igualada, pero nunca superada.
Próximos partidos
Un año antes de levantar la orejuda de 1963, Altafini había disputado su segundo mundial, aunque esta vez lo había hecho con la camiseta de la selección italiana. Y con peores registros que con Brasil, porque solo jugó dos partidos de la fase de grupos, frente la República Federal Alemana y Chile. El duelo contra el combinado suramericano tenía que decidir la segunda posición y, en consecuencia, la clasificación para los cuartos de final, pero la azzurra sucumbió con estrépito.
El seleccionador Paolo Mazza dejó fuera del once a los líderes del Milan, Cesare Maldini, Giovanni Trapattoni y Gianni Rivera, con el agravante de llegar al descanso con Giorgio Ferrini y Mario David expulsados. Italia aguantó el empate hasta el minuto 71, pero acabó perdiendo por 2 a 0. De nada sirvió vapulear a Suiza en el tercer y último partido de la fase de grupos. Italia estaba eliminada. Y cuando la selección regresó a casa, el incendio mediático que encontró dejaba bien claro que los prejuicios del fascismo no habían muerto con Benito Mussolini. Los cuatro oriundos de la selección, José Altafini, Omar Sivori, Angelo Sormani y Humberto Maschio fueron señalados como máximos responsables de la debacle y se les expulsó de la nazionale.
Meses antes, la FIFA había prohibido que los futbolistas que hubieran jugado con la selección absoluta de un país, pudieran hacerlo en otra, por lo que Altafini, Sivori, Sormani y Maschio se quedaron en una especie de limbo futbolístico que les impidió jugar partidos de selecciones de por vida.
Por otra parte, aquel Mundial supuso la consagración para otro brasileño, Amarildo Tavares, que siguió el mismo camino que Altafini y, cansado de estar a la sombra de Pelé, fichó por el Milan, lo que acabó provocando el adiós del Mazzola brasileño, que se marchó al Napoli. Allí coincidió con Sivori y Dino Zoff con los que flirtearía con el primer scudetto de los partenopeos, aunque el sueño nunca llegara a producirse. Es en este período cuando el italo-brasileño abandonó los periódicos deportivos para instalarse en la prensa del corazón por su romance extramatrimonial con la mujer del que fuera su compañero en el Milan Paolo Barison. Altafini, un hombre sin complejos, llegó a abandonar a su família para marcharse a vivir con Annamaria Galli. A finales de los sesenta, esta decisión provocó algún que otro terremoto en la opinión pública de Italia todavía muy conservadora.
En lo deportivo, el delantero continuó goleando durante cuatro años en Nápoles hasta que en 1972 la Juventus le brindó la oportunidad de volver a ganar el campeonato, incorporándole en la misma operación que Zoff. El club bianconero consiguió lo que nadie había logrado: que Altafini aceptara el rol de revulsivo apuntándose otros dos scudetti en su casillero.
Muchos años más tarde, lejos de las porterías y del ojo del huracán mediático, Altafini resumiría su vida en una sola frase que en realidad son dos: “jamás me he arrepentido de mis decisiones pero quizás, si volviera a vivir, actuaría de forma diferente”.