Mario Hermoso Atletico MadridGetty

Historia de un bochorno

Paulo Futre encogió los corazones de los atléticos. Como a veces Dios aprieta, pero no ahoga, el luso salió del trance y consiguió que la tribu rojiblanca encontrase un poco de calma en un día negro. A veces, un poco es mucho. Antes, el Atlético, que es un adicto a pulsar, sin motivo alguno, el botón de autodestrucción, se entregó a la crispación. En el césped fue un equipo superado. Fue algo más que un mal día en la oficina. Uno que el cholismo sufre, pero tolera, porque antepone memoria y respeto a cualquier imagen pobre. Uno que se repite en el tiempo y refuerza a los que reniegan de Simeone, que sostienen que el equipo hace tiempo que ha perdido meritocracia, intensidad y fútbol. El Villarreal jugó con la paciencia local, el Atleti pasó la tarde bordeando la derrota y acabó completamente desquiciado, perdiendo los nervios, víctima de su inexplicable hemorragia interna. El Atleti encajó una buena bofetada, un golpe de realidad. Una lección de la que debe aprender.

Después sucedió, porque se ha generado un caldo de cultivo insufrible en esa grada, lo que nunca puede suceder. En épocas de guerracivilismo, de insulto fácil y de francotiradores baratos en las redes sociales, la tarde se convirtió en una sobredosis de ansiedad, nervios y crispación. Como si todo estuviera mal, como si el Atleti hubiera descendido a Segunda, como si estos diez años no fueran los mejores de la historia del club, como si todo el mundo estuviera legitimado para echar porquería sobre los demás con total impunidad. En tiempos de repartir y quitar carnés, en pleno auge del debate sobre qué es ser buen o mal atlético, merece la pena parar para reflexionar hacia dónde va este club, qué quiere, qué alienta y qué rechaza. A quién protege y por quién se moja. A qué se tiene derecho y a qué no. Y es muy fácil explorar para encontrar los límites. Cualquier aficionado puede y debe a criticar aquello que no le gusta, pero ningún hincha, por mucho que pague, anime o grite, es el propietario del club, ni su portavoz, ni el guardián de sus esencias. Cada quien sufre, siente o ama al Atleti como quiere, porque este sigue siendo un país libre, pero hay líneas rojas que no se pueden cruzar y límites que no se deben transgredir.

Por más atlético que uno presuma de ser, eso no convalida con insultar a los jugadores que llevan la camiseta de su equipo. Y mucho menos, a embarcarse en un segregacionismo asqueroso donde se exonera de toda culpa a los que caen bien y se vilipendia a los que no. Nadie tiene derecho a insultar a los jugadores que llevan la camiseta del Atleti. Menos odio en las redes sociales y más cabeza. Menos insultos groseros y más educación. Menos presumir de afición y más demostrarlo. Nadie, por muchos años que lleve de socio, por mucho que anime y por mucho que sienta, tiene derecho a insultar gravemente a los jugadores de su equipo. Y mucho menos, por sistema. Se llame como se llame el jugador, haya hecho lo que haya hecho, caiga bien, mal o regular. Venga de donde venga. El Atleti es de todos, no de unos pocos.

A algunos se les está escapando la tortuga. Dicen que aman al Atleti, pero no paran de avergonzarle. De un tiempo a esta parte, el guerracivilismo y el insulto gratis se han vuelto insoportables. Insultos a Simeone, insultos a Griezmann, insultos a Koke, insultos a Morata, insultos a Saúl, insultos a discreción. A ese clima irrespirable y ese odio exprés, diseminado por las redes, se le añadió un penúltimo episodio realmente desagradable al acabar el partido, desde un sector de la grada, mientras algunos jugadores realizaban estiramientos. Hay que tener el cerebro rapado para insultar a los jugadores de tu equipo cuando están estirando después de haber jugado un partido. Ver a Mario Hermoso desatado, rebelándose ante la injusticia y fuera de sí, encarándose con algunos ‘aficionados’, fue un bochorno. Uno que el Atleti no puede permitir, que no puede tolerar, que no debe esconder, que debe reprimir y atajar, porque mancha su imagen y llena el escudo, que no el logo, de chapapote. Lo de ayer es algo que avergüenza a la mayoría de la afición y que debería hacer reflexionar al club de una vez por todas. Una cosa es presumir de valores y otra, demostrarlos.

Rubén Uría

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