“Escándalo, Simeone salió a defender”. Todavía retumban los latigazos verbales de los que llevan años queriendo enterrar en cal viva la reputación del Cholo. Llevan años esperando con la recortada a la vuelta de la esquina y al contrario que cualquier ser vivo, se reproducen y crecen, pero no mueren. Ansiosos por echar a Simeone y hartos de su obra, los que reclaman el fin de ciclo avistan la meta. Después del 5-5-0 que ha servido para ilustrar el hedor a rencor del personal, con Simeone herido, ahora los francotiradores han abierto fuego a discreción. Esta vez, con razón. El “partido” de Mallorca fue vergonzoso. Infame. Cayó por uno de esos “penaltitos” que Medina Cantalejo, encantado de haberse conocido, dijo que no se deberían pitar. Esa habría sido una buena coartada, de no ser porque el fútbol del equipo fue tan malo que habría hecho vomitar a una cabra. Si el Atlético no estaba reventado y pagó el esfuerzo de la Champions, lo pareció. Y si no lo estaba, el problema es aún mayor, porque fue una masa deforme de camisetas andantes, empeñadas en tratar la pelota como si fuera un bife de chorizo.
El Atleti, en el momento más crítico de la temporada, teniendo que escalar el Himalaya del City y con la obligación de “salvar” con la Champions una temporada decepcionante, volvió a ser todo lo que sus aficionados no perdonan que sea. Un equipo que arrastra el escudo por el campo. Para Simeone, que jamás ha querido ganar concursos de belleza, ganar no es lo importante, sino lo único. Así ha sido durante toda una década prodigiosa. Ahora este Atleti parece cualquier cosa, menos un equipo entrenado por Simeone. No lo parece. Conviene no engañarse. La temporada tiene una pinta horrible. Y el equipo, que durante diez largos años era un prodigio de fiabilidad, porque no se equivocaba ni a palos y competía siempre, ahora es como un “huevo Kinder”, porque hasta que no lo abres, no sabes qué Atleti te va a tocar.
En el alambre, el Atleti enfila ahora su momento clave de la temporada. Ante el City es matar o morir. Si cae, tirará al contenedor de la basura su ilusión. Ser eliminado por uno de los mejores equipos de Europa no sería ninguna vergüenza, pero a nadie escapa que este equipo está en deuda con sus aficionados, que están padeciendo un curso convertido en tortura china. La gente del Atleti va a reventar el Metropolitano, se dejará la garganta y hará que el estadio explote, porque nunca dejan de creer y sueñan más fuerte que nadie. Saben que el equipo está muy mal y por experiencia, saben que al Atleti hay que quererle ahora, más que nunca, porque es ahora cuando menos lo merece. A Simeone, que es lo mejor que le ha pasado al Atleti en sus más de cien años de historia, hay que pedirle más. Mucho más. Y a sus jugadores, que llevan demasiado tiempo protegidos por la alargada sombra del líder, también. No se puede esconder. La planificación no ha sido buena. Y de agosto hasta ahora, el Cholo buscó soluciones, probó equipos, cambió sistemas y trató de encontrar el ansiado equilibrio, pero el grupo no termina de responder. Él es el primer culpable. Sin reservas. Salvo por la racha de seis victorias seguidas en Liga, lideradas por Joao Félix, que es el único que está dando alegrías al corazón colchonero, la temporada del grupo está siendo mediocre.
El rosario de decepciones parece interminable. Oblak, que durante años se instaló en la excelencia de su mística, lleva meses instalado en la duda. La defensa, que durante una década fue impenetrable, hoy es indefendible: Giménez se pasa la vida lesionado- duele, pero es cierto-, Savic le anda cerca, Felipe ha pasado de roca a flan y de los laterales es mejor no hablar. Reinildo - vivir para ver-, es el clavo ardiendo del aficionado. Herrera, que se irá en julio, es el único capaz de dar dos pases. Llorente, el curso pasado imparable, hoy está horrible. Lemar, resucitado el año pasado, ha vuelto a cavar su fosa. De Paul, que llegó con vitola de campeón de América y llegaba para darle un salto de calidad al equipo, está naufragando de manera seria. Koke, santo y seña del club, vive la temporada más complicada de su vida. Griezmann, que regresó por expresa petición del Cholo para reivindicarse, está firmando unos números que están a años luz de lo exigible: tres goles en toda la Liga. Indefendible. Suárez, que el curso se encendió para “vacunar” al mundo, hoy está apagado. Carrasco, que durante meses salvó al equipo a base de “riñonadas”, hoy no está. Y Correa, que se ganó los galones en el campo, ha acabado mareado y suplente, porque nunca se queja. Nadie está respondiendo.
La temporada es mala. Por momentos, indefendible. Los telepredicadores y druidas de la telebasura la están gozando. Huelen la tragedia y han puesto a enfriar el cava. Y si el equipo no reacciona como debe, tendrán motivos para festejar. El grupo acumula varios partidos infumables. Demasiados. Y el Cholo, que ha cometido más errores este curso que en los últimos dos lustros, es el primero que lo sabe, porque hablarle de exigencia a Simeone es como hablarle de la lluvia a Noé. Todo lo que no sea acabar entre los tres primeros en esta Liga será un fracaso. Y ante el City, todo lo que no sea morir matando, será otro.
Este equipo lleva diez años haciendo posible lo que todos le dicen que es imposible. Y ahora, en su peor momento, es cuando hay que exigirle que vuelva su naturaleza. Que salga al campo, que se ponga a la altura de su afición y dé todo lo que tenga. Nadie se sentirá decepcionado por caer en la Champions, ni por no acabar tercero en una Liga realmente triste. Lo que sí será una decepción tremenda y un fracaso indisimulable será morir de mediocridad y miedo. Es la hora de la verdad y el Atleti tiene dos caminos: seguir vegetando en la nada, braceando en el chicle de las excusas, o volver a ser lo único que sabe ser, un equipo feo, fuerte y formal. La gente querrá al equipo más que nunca, porque sabe que hoy es cuando menos se lo merece, pero hay que darle algo. El grupo se tiene que poner, de una vez por todas, a la altura de su gente. Matar o morir, pero siendo uno mismo. Atleti, espabila, porque los que no te quieren han puesto a enfriar el cava.
Rubén Uría