Si un entrenador de hoy le pidiera a uno de sus delanteros o mediocampistas de ataque que jugara "libre", probablemente tendría algunas dificultades. Hace ya tanto tiempo que las piezas están controladas centímetro a centímetro, ubicadas con un nivel táctico y estratégico hasta exagerado, que el sentido de libertad posicional parece haberse perdido. En el fútbol contemporáneo, los jugadores necesitan saber por dónde ir.
Ni Messi corre por donde quiere, pese a que es un jugador con características suficientes para moverse por cualquier sector del campo de juego. La Pulga necesita referencias, aliados lo más cerca posible, defensores laterales con los que descargar, mediocampistas a los que pueda rebotar y delanteros que le bajen pelotas o le devuelvan paredes. En la época de Guardiola, se metió entre los centrales para engañar y encontró su lugar en el mundo. Después, se reinventó desde la derecha, en el desequilibrio mano a mano y la penetración en forma de diagonal.
Pero, en el Mundial 86, del que este año se cumplen 30, un jugador tuvo una ubicación prácticamente inventada para él: la posición Maradona. ¿En qué consistió? La tesis es muy fácil. A partir de los datos de Opta, Goal recorre uno de los partidos más simbólicos de la Selección argentina, en México. Ante Italia, en el segundo encuentro del Grupo B de la Albiceleste, un 5 de junio, en el Estadio Cuauhtémoc, Puebla, Maradona regaló una de las radiografías más importantes de su juego. Era tan bueno, jugaba tan bien, que Carlos Bilardo, uno de los entrenadores más rigurosos y obsesivos de la historia, no tuvo ningún problema en soltarlo.
[Maradona, capítulo I: El plan perfecto para hacer brillar a la estrella más grande]
La Selección argentina jugaba a una cosa. Maradona, a otra.
Si los gráficos que muestran los toques por zona y las posiciones exactas en las que tuvo contacto con la pelota no tienen ningún sentido, no se trata de un error. En el esquema que Bilardo armó, Maradona jugó en base al instinto: se movió por todo el frente del ataque según su antojo, bajó a buscar la pelota hasta los lugares que fueron necesarios, se tiró a las bandas según la conveniencia del momento, fue el hombre más adelantado en las situaciones en las que consideraba que el negocio estaba bien arriba.
Maradona usaba la 10, pero no era el organizador del equipo. Ocupaba una posición que en el fútbol de hoy prácticamente no existe: solista. No era mediocampista, enganche ni delantero. Podía recorrer el frente de ataque por donde quisiera, pero también retroceder hasta la posición de lateral izquierdo o derecho (la presión de todos los equipos de ese Mundial era bajísima, casi siempre se empezaba a marcar desde atrás de la mtiad de la cancha) para que Oscar Garré o Claudio Borghi, que en el partido ante Italia fueron por izquierda y derecha, respectivamente, le cedieran la pelota y pasaran lentamente al ataque.
¿Qué obligaciones tenía? Una sola: pasar la línea de la pelota cuando atacaban a la Selección argentina. A los 25 años, y probablemente en su mejor momento físico, no tenía problemas en cumplir esa función. Rengo por las brutales patadas de los italianos -sin sospechar que todavía iban a llegar golpes aún más duros- Maradona retrocedía al trote y se ponía de frente a la acción para hacer sombra a los posibles receptores del rival o pescar algún rebote defensivo.
La posición promedio de la Selección argentina durante el primer tiempo
Ante Italia, Maradona tuvo que sufrir varias patadas que probablemente hubieran dejado afuera de la cancha a cualquier otro. El conjunto dirigido por Enzo Bearzot pretendió no darle respiro y fue mucho menos ingenuo que Corea en el primer partido del Grupo B, pero él siguió.
Por momentos, se tiró por la derecha. En algunas jugadas apareció por izquierda. Cuando el partido estaba 1 a 1, como si el resultado no cayera mal, se tiró unos metros más atrás y dejó que Jorge Valdano quedara como único punta.
En el tanto, el primero de cinco que iba a marcar en el Mundial, Maradona hace de definidor, no de creador. El capitán de la Selección argentina da un giro como si fuera un tornado y le devora la espalda a Scirea. Luego, toca con calidad ante Galli. El gol fue una muestra de libre genialidad, lo que necesitaba para ser el mejor de todos.