Hace horas leía en 'Twitter' que el Atleti es un experimento que consiste en averiguar cuánto castigo mental puede soportar el ser humano. Luego leí al compañero Fernando Ballesteros explicar que lo que rodea al Atleti es un experimento sociológico para saber cuánto puede aguantar una masa social mientras la escupen todos los días. Y luego leí que el Atleti es un ‘show’ de Truman gigante, donde sus aficionados son cobayas humanas capaces de resistir que les sustraigan su club, lo saqueen, lo endeuden y lo desciendan, para echarles de la que fue su casa, mientras profanan su camiseta y su escudo, con el silencio cómplice del periodismo, que calla esas tropelías mientras despelleja al señor de negro que lleva diez años sosteniendo lo insostenible.
Que el Atlético de Madrid es un experimento se pudo ver en Cádiz. Después de completar un fracaso estrepitoso en la fase de grupos de Champions, la respuesta del grupo consistió en encajar un gol a los 28 segundos y otro más en el minuto 98. Esa fue la reacción de los jugadores después de vivir cómo se estremecía la afición que llenó el estadio contra el Brujas y merecía algo bastante mejor ante el Cádiz. Esa fue la respuesta de los jugadores, que dicen estar a muerte con el entrenador pero no terminan de dar el paso al frente, para completar una semana donde se ha multiplicado la barra libre de hostias a Simeone, que siempre es el primero en la foto de los éxitos y también en los fracasos.
Víctima de sí mismo, de su planificación de circo y de un grupo al borde de un ataque de nervios, incapaz de funcionar bajo presión, el Atleti ha tirado media temporada a la basura. Vive atrapado en debates estériles. Un día regala los primeros tiempos, otro no tiene centrales sanos, al otro Hermoso se encara con un sector del público, al otro Griezmann solo puede jugar 30 minutos, al siguiente su delantera dispara balas de fogueo y de propina, Joao Félix un día merece el paredón y al siguiente de un ídolo. En mitad de una montaña rusa de partidos dignos de un manicomio, todas las miradas, las atléticas y las ajenas, se centran en Simeone. Del Cholo se pide todo, porque de otros no se espera nada.
La cantinela es repetitiva: Hay que echar a Simeone, porque cobra mucho, porque tiene “la mejor plantilla de la historia” (risas enlatadas) y porque, por fin, ha llegado el fin de ciclo. La verdad es que llevan años queriendo echar al Cholo. El Atleti ya existía sin Simeone y cuando se vaya, seguirá existiendo. La sospecha es que habrá vida sin Simeone, pero quizá no la haya sin “cholismo”. La realidad es que Simeone no es un entrenador común. Es un símbolo que trasciende a su propia persona y cargo. Y además, es un ‘escudo humano’ perfecto. Desde su llegada, no se ha escuchado ni una crítica a la directiva, ni un sólo cántico contra el palco. Por eso cobra lo que cobra. Gana títulos, logra objetivos, multiplica presupuestos y de propina, parapeta a la directiva. El día que Simeone se vaya, tras diez años sosteniendo lo insostenible, algunos no necesitarán un entrenador, sino otro escudo hecho carne. Nuevos ídolos a los que poder quemar. El día que se vaya Simeone, el experimento sociológico vivirá otro caso de éxito. No pasará nada. Ahí nunca pasa nada. Y si pasa, se le saluda.
Rubén Uría