OPINIÓN
La visita de Ronaldo al Bernabéu. La goleada en Copa. El puente de Todos los Santos. La soleada tarde en el coliseo blanco. La atmósfera invitaba al ambiente festivo. Se respiraba la recuperación del Real Madrid. Lo pedía a gritos. Sin embargo, el equipo blanco no terminó de enterarse. Como en el último mes. Si la llegada de Solari y el 0-4 en Melilla parecían haber aplacado en algo los ánimos, del miércoles al sábado se erigió una valla que marcó claramente diferencias entre un partido y otro. Entre un equipo y otro. Y desgraciadamente para los intereses del madridismo y del técnico argentino, el Real Madrid que se vio ante el Valladolid se pareció mucho al que se llevó por delante a Lopetegui esta misma semana.
En la primera parte, después de tan sólo diez primeros minutos de arreón, los blancos se diluyeron cual azucarillo en el agua. Como últimamente, vamos. Lo que trajo consigo el hastío del Bernabéu por primera vez en este curso, conforme el Valladolid iba cercando el área local. Tuvo tres buenas ocasiones, especialmente un mano a mano de Antoñito. Y la grada, además de con una pancarta, reaccionó con varias pitadas de las que marcan. Lo que hace una semana era resignación, ahora es ya indignación. Bale y Asensio lo saborearon de primera mano cuando fueron sustituidos en la segunda mitad. Quedaron señalados.
Quién sabe si por esa pitada al descanso, o porque los jugadores se vieron ya sin red de seguridad, pero la segunda parte trajo consigo un Real Madrid más combativo. Aunque eso sí, igual de poco efectivo y profundo que con Lopetegui. La segunda cara mala de los blancos. Fue sólo a los 55 minutos de partidos cuando Casemiro llegó a inquietar algo a Masip con un tiro lejano. Y el Valladolid respondió inmediatamente con dos chutazos al larguero (Alcaraz y Toni Villa), y dos disparos francos (Toni Villa y Verde) que obligaron a Courtois a dar su mejor versión. La balanza volvía a caer otra vez más contra el Real Madrid. Ni siquiera la salida al campo de Isco y Vinicius entre vítores pareció cambiar en nada el guión.
Sin embargo, algo pasó antes del pitido final. Después de dos meses y medio, de pronto al Real Madrid se le volvió a aparecer la flor del campeón. La misma que caracterizaba a Zidane. La que nunca tuvo Lopetegui. Vinicius se adentró en el área rival y su chut se marchaba a saque de banda cuando pegó en la espalda de Kiko Olivas para introducirse solo en la portería. Primero fueron los dos largueros, y ahora un gol en propia puerta sin casi tiempo para que reaccionara el Valladolid. Como solía ser en el Santiago Bernabéu de toda la vida. Como nunca fue esta temporada. Y por si no fuera suficiente síntoma, todavía antes del final Sergio Ramos marcaría el 2-0 de penalti sobre Benzema, en otra de esas suertes que le estaba faltando también a los blancos. Celebración reivindicativa incluida. Solari debutó con victoria, ganó una vida extra para todos en el Bernabéu. Algo ha cambiado, al menos. La flor ha vuelto al Real Madrid.